11/12/16

UNA PERLA HISTÓRICA DESCUBIERTA 
EN LOS ARCHIVOS DE LA EX ENTEL

Mariana Carabajal / Dora Barrancos


Los archivos de la ex Entel contenían un secreto bien guardado en los legajos de las primeras empleadas incorporadas a principios del 1900. Apilados en estantes polvorientos, en un galpón enorme y olvidado cerca de donde hoy está el casino flotante, esos legajos escondían la historia de Amalia Carreras o cómo se extinguió la discriminación hacia las mujeres casadas del servicio telefónico en la Argentina. “Si seguís y seguís, en un momento el archivo te premia”, celebra la historiadora feminista Dora Barrancos. Ella descubrió la punta del hilo que le permitió reconstruir un episodio poco conocido, cuya protagonista involuntaria fue una joven telefonista, con 14 años de antigüedad en la Unión Telefónica. En un acto furioso y desesperado, tras ser despedida por haber contraído secretamente matrimonio, Amalia hirió con un cuchillo de cocina al director general de la compañía de capitales ingleses. Y esa acción solitaria e individual, cuyas consecuencias no fueron premeditadas por la autora, puso en cuestión la situación de injusticia y desigualdad laboral, de indudable sesgo patriarcal, que muchas mujeres experimentaban en la época. En una entrevista de Página12, Barrancos, integrante del directorio del Conicet, rescata aquel incidente, los debates que generó y las repercusiones que tuvo en el país.


–¿Cómo llegó a la vida de Amalia Carreras? –le preguntó este diario.

–Estaba interesada en la historia de las mujeres que habían trabajado en la telefonía. Había leído trabajos realizados en el exterior que reflejaban que en el corazón del servicio telefónico se ubicaban las mujeres. Quise saber quiénes habían sido esas mujeres, su perfil, en la Argentina.

Barrancos averiguó dónde estaba el archivo residual de la ex Empresa Nacional de Telecomunicaciones, privatizada durante el gobierno de Menem. Y lo visitó diariamente para analizar los legajos de las empleadas ingresantes en la década de 1900 hasta el peronismo. Así, durante meses, aquel galpón repleto de papeles amarillentos se convirtió en su bunker. Iba cada día de 9 a 16. En la última fase, se sumaron dos estudiantes para ayudarla. Fue fundamental en su pesquisa la colaboración de Hugo, el encargado del archivo.

En ese trabajo minucioso al que se abocó a comienzos de la década del ‘90, Barrancos se topó con el expediente de Amalia y descubrió la restricción que existía para casarse. Era parte del reglamento de la empresa. “Hasta donde he podido indagar, esta norma fue adoptada por las compañías que desarrollaron la comunicación telefónica en el área occidental, especialmente en el Reino Unido, Francia, Bélgica, España, Canadá y Estados Unidos, países en los que la expansión del servicio resultó notable a partir de 1880. Si bien los reglamentos de cada compañía pudieron variar en lo relativo a las características exigidas a la fuerza de trabajo para los diferentes puestos y funciones, no caben dudas de que desde muy temprano se adhirió a una orientación que privilegiaba la absorción de muchachas muy jóvenes y solteras para la atención de los usuarios”, apuntó Barrancos. En otras palabras, el engranaje de la nueva tecnología comunicacional reposó en mujeres solteras –tampoco se admitían las viudas– cuyo promedio de edad al momento del ingreso no iba más allá de los 18 años. “La feminización de la tarea de atender el conmutador se registró de manera rápida, al punto que en la última década del siglo XIX las mujeres habían desplazado a los varones que en su mayoría tenían como antecedente la experiencia del servicio telegráfico”, destacó la historiadora.

–¿Cuál fue la razón de esa feminización?

–El rápido desarrollo tecnológico que privilegiaba habilidades de motricidad fina y en especial, la progresiva taylorización del ambiente laboral que procuraba docilidad, obediencia y prontitud en el cumplimiento de la tarea, aunque eso se resumiera en el argumento patronal: “los abonados prefieren la amabilidad de las mujeres”. Solo el servicio nocturno quedó reservado a los varones de tal modo que hacia 1904 las empresas que se instalaron en el país, a partir de la década de 1880, emularon las pautas de reclutamiento imperantes en sus respectivas matrices.

Las condiciones de trabajo eran duras: un rígido disciplinamiento, control excesivo y la ausencia de atributos ergonómicos en los sistemas de operación caracterizaban las jornadas laborales de las jovencitas solteras, descubrió Barrancos en aquellos legajos. No había tiempos muertos. Tenían prohibido entablar conversaciones con los abonados fuera del denominado “método” que regulaba los intercambios. “Distracciones y equívocos eran severamente sancionados”, advirtió la investigadora. Recién a principios de la década de 1920 se extinguieron las multas. La retribución, además, era muy baja. Pero superior a la que podía recibir una operaria en una fábrica, y se lo consideraba de mejor status.


Cuando llegó a sus manos el legajo de Amalia Carreras, la historiadora tuvo su premio. Le llamó la atención un papelito enganchado entre las hojas. Era un mensaje anónimo, de inicios de agosto de 1921. La nota advertía que la joven, que había ingresado a la compañía en julio de 1907 –según registro de la propia firma– se había casado.

Textualmente, la breve carta, dirigida al propio director general de la compañía, J. E. Parker, decía: “Muy señor nuestro: Varios abonados a esa Compañía ponen en su conocimiento que una de las señoritas de Carreras se casó el Sábado pasado día 30, y como el reglamento dice, las empleadas tiene que ser solteras; además de ocultar el hecho, lo ponemos en su conocimiento para que tome las medidas que son del caso. Creemos que sobra cumplir como corresponde. De Ud. Atte. SS. Firma: Varios Abonados”.

En el legajo de Amelia, contó Barrancos, encontró la anexión de un pequeño papel, seguramente originado por quien debió corroborar el hecho –o acaso el propio autor del anónimo–, en el que se lee: “A.C.C: á (sic) contraído matrimonio el mes pasado con F.P.B. en la Sección 8a. Informe oficial del Sr. Albarracín, Jefe del Registro Civil de la sección 20”.

¿Quién era Amalia? La historiadora pudo reconstruir parte de su historia personal, a partir de la lectura de su legajo: había nacido en Cuba el 2 de noviembre de 1890, de padre español y madre costarricense y se podría pensar que por algún tiempo la familia había gozado de algún bienestar dado que el padre se dedicaba al comercio. Por alguna razón, posiblemente económica, la familia terminó emigrando a la Argentina y se instaló en el barrio de Montserrat. Amelia y sus hermanas, Aurora y Rosalía, terminaron trabajando como telefonistas, 
apuntó Barrancos.

–¿Qué pasó con Amalia una vez que saltó a luz que se había casado?

–Como es de imaginar, Amelia fue inmediatamente cesanteada, aunque propuso toda suerte de salidas. Una de ellas fue que se la retuviera transfiriéndola de la Oficina Mitre a otra central, la central Rivadavia. Amelia era de las que probablemente no sólo necesitaba trabajar para contribuir al mantenimiento de su nuevo hogar, sino que había encontrado una identificación marcante e irrenunciable con su labor. Más allá de la experiencia subordinante impuesta por el puesto, del ahogo que significaban las rígidas condiciones laborales, Amelia debía sentir transformaciones derivadas de la propia esfera del trabajo, sobre todo porque tenía a su cargo un grupo de empleadas. El trabajo de telefonista le había posibilitado, además de cierto bienestar, acceder a una fuente innegable de respetabilidad. Llevaba 14 años de telefonista. La pérdida de trabajo la exponía a una gran desventura personal, situación que seguramente no podía mitigar ni siquiera su matrimonio. Hay que preguntarse si, incluso, no llegó a casarse por el imperativo social de la época, teniendo en cuenta que ya había cumplido 30 años.

El desenlace que tuvo el despido de Amelia terminó en los diarios porteños. El 24 de agosto de 1921 al mediodía, la joven esperó que el director general de la Unión Telefónica llegara a su casa, en una de las zonas más ricas de la ciudad, en la calle Libertad al 1100, para su habitual almuerzo y le recriminó que la hubiera cesanteado. “Parker respondió que eso era asunto de su jefe inmediato y que él nada podía hacer mientras se daba vuelta para ingresar a su domicilio. Cuando atravesó la puerta cancel, Amalia se arrojó por atrás con un cuchillo y lo apuñaló en la zona de las costillas. Es posible imaginar la alharaca que se produjo cuando Parker llamó a los gritos a su chofer, quien termina deteniendo a Amelia. Ella declara que acababa de ‘matar a un hombre’, pero no hubo que temer por la vida de Parker. La cuchillada había sido superficial y pronto fue dado de alta”, rememoró Barrancos.

La historiadora siguió los ecos del atentado en el libro de actas de la Comisión Local de la compañía, que pretendió agrandar sus consecuencias y exigía el máximo rigor de la justicia. “Los diarios registraron el ataque y por lo menos La Razón se empeñó en contextualizar debidamente el hecho de tal manera que la victimaria era casi exculpada o por lo menos preservada de una condena sin atenuantes”, comentó Barrancos. Algunos de los títulos decían así: “El administrador de la Unión Telefónica herido por una señora”; “La autora del hecho atentó contra la vida del Sr. Parker porque fue despedida de la empresa”; “Prestó sus servicios durante 14 años y se la dejó cesanteada por ser casada”.
–¿Qué repercusiones tuvo el episodio?
Dora Barrancos
–La noticia sirvió para abrir un debate inmediato sobre el reglamento que impedía a las mujeres casadas trabajar en la compañía, debate en el que participaron, sobre todo, las autoridades municipales y algunos miembros del Concejo Deliberante, en especial de la bancada socialista. La Unión Telefónica encargó a uno de los miembros de la Comisión Local, el abogado Orma, el análisis de la cuestión y no se encontró mejor argumento para insistir en la no admisión de las casadas que la amenaza a la salud de las mujeres y de los niños cuando quedaban embarazadas. El hecho abrió paso a una discusión, a su vez, sobre la condición femenina y el trabajo. En un artículo, el diario La Razón, se sumaba a los esfuerzos por exigir la licencia por maternidad. Hubo que esperar hasta 1924 para conseguir la primera ley que amparaba la maternidad de las trabajadoras. Pero la agitación producida por la puñalada de Amelia obligó a la Unión Telefónica a examinar mejor la base argumental de la discriminación de las casadas y de esa manera, mientras se pedían consejos a la central en Londres, se decidió revisar también algunas experiencias cercanas. La más destacada de las consultas –y la que efectivamente hizo impacto, tanto en la matriz como en la filial local– fue la realizada a una de las más importantes empresas norteamericanas. En enero de 1922 se recibió una respuesta de la National Wester Electric Company de Nueva York, que tenía a su cargo la Telephone Company de esa ciudad, seguramente una pionera en la admisión de mujeres casadas.

Puntualmente, señalaba que no tenía regulación para despedir a quienes se casaban. Y que para emplearlas y mantenerlas en sus puestos, evaluaban sus méritos laborales. “Seguramente estas consideraciones hicieron mella entre los directivos, que tendieron a ablandar las posiciones, sobre todo desde que la Dirección General de Trabajo y el Ministerio del Interior hicieron saber a la Unión Telefónica que se podría llegar a impulsar una ley, si fuera necesario, para lograr la modificación del cambio de la regulación que impedía el trabajo de las casadas”, siguió Barrancos. En 1922, la casa matriz, desde Londres, recomendó flexibilizar el criterio. Pero para la completa finalización de la restricción basada en el estado conyugal, debió esperarse hasta 1935.

–¿Qué pasó con Amalia en la Justicia?

–Recibió una pena de solo 8 meses de prisión domiciliaria, lo que escandalizó a los directivos de la empresa. Era una lesión leve. Y fue atenuada la pena porque usó un arma blanca. El juez además dice muy patriarcalmente cómo es posible que siendo esencial la función del matrimonio y la maternidad, se la sancione cuando se casa. La actitud que tuvo Amalia no es la que recomendamos. Su gesto sobrepasó dramáticamente el límite de la resistencia, pero también a ella misma, conectándola de manera inescindible, sin que para nada se lo propusiera, con una causa colectiva. Su insurgencia, surgida de sus sentimientos individuales, no pudo evitar el lenguaje de la solidaridad. Así, su puñalada hirió de muerte esa regulación ominosa que dejaba sin trabajo a las mujeres casadas.

La Cátedra Libre Géneros y sexualidades, que este año se abrió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, homenajea a Amalia llevando su nombre.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/8054-la-punalada-de-amalia (11/12/16)

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