12/10/15

EFEMÉRIDES ESCOLARES
12 DE OCTUBRE

«[Historia] es lo que a una época
le parece bien advertir en otra.»
Jacobo Burckhardt

En el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, reconocido como tal a partir del Decreto Presidencial 1584/2010 publicado el 3 de noviembre de 2010, firmado por la Presidente de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, presentamos algunas consideraciones sobre el origen de la conmemoración del 12 de Octubre. 

Esta es una solemnidad que viene celebrándose desde 1915 en Madrid, Barcelona y otras capitales españolas y americanas para recordar la llegada de Cristóbal Colón a América. Esta fiesta fue iniciada por la Casa de América de Barcelona y otras entidades hispanoamericanas.

Calendario escolar Codex, Buenos Aires, 1961
José María González (Columbiahabía iniciado una campaña, en octubre de 1912, para que los Estados hispanos celebrasen como fiesta nacional el 12 de octubre (aunque el periodista ovetense proponía instaurar el «Día de Colón», que ya venían celebrando los yankis y los italianos; pero aun convencido de que usurpaban su iniciativa, reconoció que de la fórmula «Fiesta de la Raza» era autor el también asturiano F. Rodríguez San Pedro). El rótulo «Fiesta de la Raza» para denominar las celebraciones del 12 de octubre fue utilizado en enero de 1913 en una hoja difundida por la asociación Unión Ibero-Americana de Madrid, por inspiración de su presidente, el ex-alcalde de Madrid y ex-ministro Faustino Rodríguez San Pedro.

En la República Argentina se dictó un decreto firmado por el presidente Hipólito Yrigoyen el 4 de octubre de 1917, refrendado por sus ministros Gómez, Salaberry, Álvarez de Toledo, Salinas, Pueyrredón, González y Torello. Aquel decreto, publicado en el Boletín Oficial, declara fiesta nacional al 12 de octubre y no se refiere en ninguno de sus apartados al Día de la Raza, como se lo conoció después, aunque la opinión pública lo asoció a esa idea porque de esa manera se lo festejaba en España. De este modo, tomó estado oficial la iniciativa particular nacida dos años antes en la Casa Argentina de Málaga. 

Aunque, como queda dicho, en el texto del famoso decreto del Gobierno nacional no se habla de Día de la Raza ni se menciona siquiera la palabra «raza», sin embargo, la mayor parte de la Prensa se sirvió de aquella denominación, y se tituló «Himno a la Raza» el que compuso para el 12 de octubre del mismo año el patriota español don Félix Ortiz y San Pelayo, y fue cantado solemnemente en el teatro Colón por cinco masas corales reunidas.

La decisión de promulgarlo se basó en la solicitud realizada, en primer lugar, por la Asociación Patriótica Española, junto a otras instituciones, tanto hispanas como argentinas. En la Península Ibérica, al cumplirse el cuarto centenario del descubrimiento, en 1892, la reina de España, Doña María Cristina de Habsburgo firmó un Real Decreto en el que se expresaba el propósito de instituir como fiesta nacional el aniversario del día en que Colón había llegado a América. Existía asimismo un antecedente local, el decreto dictado el 10 de setiembre de 1892 por el presidente Carlos Pellegrini, según el cual "Declárase feriado en todo el territorio de la República el día 12 de octubre del año corriente". Esta norma tuvo como fundamento la solicitud del Gobierno de España.

En los considerandos rubricados por Yrigoyen puede leerse:

Rev. La Obra
1945
«1º El descubrimiento de América es el acontecimiento más trascendental que haya realizado la Humanidad a través de los tiempos, pues todas las renovaciones posteriores derivan de este asombroso suceso, que a la par que amplió los límites de la tierra, abrió insospechados horizontes al espíritu. 

2º Que se debió al genio hispano intensificado con la visión suprema de Colón, efeméride tan portentosa, que no queda suscrita al prodigio del descubrimiento, sino que se consolida con la conquista, empresa ésta tan ardua, que no tiene término posible de comparación en los anales de todos los pueblos. 

3º Que la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el ardor de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, la labor de sus menestrales y derramó sus virtudes sobre la inmensa heredad que integra la nación americana. 

Por tanto, siendo eminentemente justo consagrar la festividad de la fecha en homenaje a España, progenitora de naciones a las cuales ha dado con la levadura de su sangre y la harmonía de su lengua una herencia inmortal, debemos afirmar y sancionar el jubiloso reconocimiento, y el poder ejecutivo de la nación decreta: 

Artículo 1º. Se declara fiesta nacional el 12 de Octubre. 

Art. 2º Comuníquese, publíquese, dése al Registro nacional y se archive.» 

La revista Raza Española publicó numerosos discursos pronunciados en dichas fiestas en el Perú, México, República Argentina, Chile, Cuba, Uruguay, etc. La tónica general en ellos fue la tendencia a intensificar la corriente de simpatía que debe existir entre los pueblos enlazados por la historia; ideal que uno de los oradores sintetizó en la frase: "Nuestro idioma común y nuestra raza común constituyen nuestra fuerza común."

Las ideas de Ramiro de Maetzu, embajador de España en la Argentina en 1928 y 1929 y del sacerdote católico español Zacarías de Vizcarra, radicado en nuestro país, tuvieron una fuerte influencia en la consolidación y difusión del concepto de "Hispanidad", a partir de la década del ´30. Vizcarra propuso, en un artículo publicado en la revista Criterio, de Buenos Aires, que "Hispanidad" debiera sustituir a «Raza» en la denominación de las celebraciones del 12 de octubre. Escribía también Maetzu: «`El 12 de octubre, mal titulado el Día de la Raza, deberá ser en lo sucesivo el Día de la Hispanidad.´ Con estas palabras encabezaba su extraordinario del 12 de octubre último un modesto semanario de Buenos Aires, El Eco de España. La palabra se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside, D. Zacarías de Vizcarra. Si el concepto de Cristiandad comprende y a la vez caracteriza a todos los pueblos cristianos, ¿por qué no ha de acuñarse otra palabra, como ésta de Hispanidad, que comprenda también y caracterice a la totalidad de los pueblos hispánicos?». La versión maeztuana de la Hispanidad pasaría a formar parte de la enseñanza oficial, incorporándose al programa de acceso al magisterio y al bachillerato en la España franquista.

Afiche argentino de 1947 por el Día de la Raza actualmente conocido
como "día de la Diversidad Cultural", 
Hubo, también, otras normas posteriores relacionadas con esta fecha. El Decreto- ley 2.446 del 9 de febrero de 1956, dictado por Aramburu, que determinaba cuáles eran los feriados nacionales y días no laborales. En el mismo se sostenía -entre sus fundamentos- que se establecían los días feriados nacionales que correspondían a los grandes fastos de la Nacionalidad, de la Raza y de la Cristiandad.

El decreto 7.786 del 8 de septiembre de 1964, firmado por el presidente Arturo Illia, estableció en su articulado “celébrese con toda solemnidad la Fiesta Nacional del 12 de octubre, declarada por decreto del 4 de octubre de 1917”. Este decreto establecía, en sus considerandos, que “el descubrimiento de América abre nuevos horizontes a los hombres de buena voluntad, por encima de las diferencias raciales...”, contrariamente a los fundamentos del decreto ley 2.446 que se refería al Día de la Raza.

¿Cuá era, entonces, el espíritu de la época? El siguiente texto nos ilustra acabadamente al respecto.

ALOCUCIÓN PRONUNCIADA POR RICARDO MONNER SANS EN LA ESCUELA ARGENTINA MODELO - 11 DE OCTUBRE DE 1918

R. Monner Sans 
C. de la R. A. de la Historia

La fiesta hispanoamericana

Señoras:
     Señores:
Sean ante todo mis primeras palabras de sincero pláceme a la inteligente Dirección de la Escuela Argentina Modelo, por haberse asociado con esta fiesta al íntimo regocijo de la gran familia hispanoamericana, con motivo de celebrarse el día de mañana, 12 del actual, aquel portentoso descubrimiento que completó la redondez de la tierra. El hecho, sin embargo, no es de maravillar, ya que por fortuna para las que frecuentan sus risueñas aulas, al frente de este Establecimiento se hallan una educadora insigne{1} y un ilustre catedrático{2}, cuales apellidos a las claras descubren su origen hispánico; si gloria él de la ciencia geográfica argentina, en el atrevido supuesto de que la ciencia tenga patria determinada, gloria ella de ese arte dificilísimo de modelar corazones, más que de {4} nutrir cerebros. Para ellos, pues, y en primer término deben ser esta tarde los aplausos de concurrencia tan distinguida, aplausos que estoy cierto, ya que los conozco bien, ofrecerán a su vez, más que de buen grado, con entusiasmo a la heroica España y a su hija muy amada la República Argentina.

Señoras y señores:
En el continuo soliloquio en que el hombre vive, buscando mientras alienta la verdad, heme preguntado más de una vez qué significado tenía la frase Fiesta de la raza{3}, y confieso con pesar, ya que siempre conturba no caminar al hilo de la gente, que no di con su significado, ya que hoy, en el siglo XX, no acierto a ver más que una raza, la humana, raza que gracias a la potencia de su cerebro se distingue de los demás seres vivientes que pululan por sobre la haz de la tierra carentes de racionalidad. A mi parecer, [5] y bien puedo andar descarriado en mi raciocinio, el día 12 de octubre de cada año, no es la fiesta de ninguna raza; es, a lo sumo, y ello ya es mucho y grande e interesante para nosotros, la fiesta de la gran familia española, fiesta íntima a la que asociarse pueden todos los pueblos de la tierra, como a las fiestas íntimas de nuestros individuales hogares se asocian cariñosos amigos y aun deferentes conocidos. Apellidar Fiesta de la raza a lo que es sencilla y netamente fiesta de la familia hispanoamericana, se me antojó siempre inadmisible hipérbole, pues pugna con la lógica y con la historia.
Cierro los ojos; me reconcentro en mí mismo, y me retrotraigo a los años cercanos al descubrimiento. Un príncipe enamorado, se prenda de virtuosísima dama de regia estirpe, y por decretos del Altísimo al juntar con sus palmas sus corazones, Aragón y Castilla se abrazan. Sin esta unión de las dos coronas no hay descubrimiento de América. Aquel casamiento es el preludio de hecho tan grandioso que debe realizarse a poco con el concurso de la Cruz y de la espada; la Cruz que ampara al visionario en el Convento de la Rábida y que lo lleva con Deza a los claustros de San Esteban de Salamanca; la espada nunca vencida que lleva en su cinto el diplomático más grande de aquellos siglos, D. Fernando el Católico. Empresa que [6] naciera bajo los auspicios del lábaro Redentor y de la tizona que trozara el último eslabón de la dominación muslímica, debía forzosamente llevar al nuevo continente con la Religión del Crucificado, los arrestos, el brío y la pujanza de un pueblo que durante ocho siglos batallara por su independencia.
¿Qué raza, pues, hizo el descubrimiento? ¿La latina? No por cierto, aun suponiendo que ella exista{4}: latinos son, al parecer, los portugueses que calificaron de atrevido, vano y de toda repulsa digno el proyecto de Colón, y latinos los genoveses que ni oír quisieron las pretensiones del después inmortal almirante. ¿La raza española? Tampoco, ya que nunca se engalanó la familia hispana con tan pomposo nombre.
A España, a ella sola, corresponde la gloria del descubrimiento y civilización de América, y aquí trajo cuanto tenía y podía dar: sangre, religión, idioma, usos y costumbres, y si con sus misioneros penetró tierra adentro la consoladora doctrina de Cristo, con sus capitanes, hombres al fin hijos de su patria, entró en el nuevo continente lo que por herencia [7] llevaban en el alma: valor, hidalguía, nobleza, y lo que más tarde debía brotar con entusiasmo, el espíritu de independencia. Los gritos emancipadores del Perú, de Méjico, de Buenos-Aires, ecos son, lejanos es cierto, pero ecos a la postre, de aquel grito de indómita fiereza que en las montañas astures lanzaran las huestes del invicto Pelayo.
Hablemos en horabuena y en fecha tan gloriosa para el hispano estandarte de la fiesta familiar que celebran hoy con la península las nacionalidades todas de las Américas Central y del Sur, y hablemos, si ello es posible con el alegre clamoreo que demanda hecho que por su magnitud nos envidian todas las naciones de la atribulada Europa.
Dos fueron, si mi visión no me engaña, los móviles que espolearon el alma española para que con tesón emprendiera, tras el descubrimiento, la civilización de América: el ideal, de todo egoísmo exento, aquel que por cima de todo ponía el nombre de España, y el material, muy humano dígase lo que se quiera, de buscar a la vez el individual provecho. No hay tiempo para demostrar con nombres y citas, que en la colonización española, el idealismo contó desde los comienzos con más adeptos que el materialismo.
Por fortuna, en estos últimos tiempos, más los extranjeros que los peninsulares, se afanaron [8] en probar que si la literatura española no cuenta con un verdadero poema épico, en el estrecho sentido de la clásica definición, mostrarle puede al mundo dos verdaderas epopeyas, reales, vividas, con personajes de carne y hueso, que realizan hazañas que podrían por su grandeza tacharse de fabulosas si en su abono no tuviesen el monumento de granito o piedra, o el documento escrito de indiscutible autenticidad. Me refiero a los ochocientos años de rudo batallar con las agarenas huestes, y a la heroica, casi titánica empresa de descubrir y evangelizar un mundo. Tengo para mí, y quizás también en esto discurre mi pensar por torcidas vías, que a los conquistadores más les movió el afán de glorias y de renombre que los míseros doblones que pudieran recoger como menguado premio a sus empresas y penurias. Espíritu aventurero el español, con poco de Sancho y mucho de Quijote, a la conquista de un nuevo mundo se lanzó grabando como caballero medioeval a guisa de mote en su escudo de combate: «Por Dios y por España», y así fue levantando doquier templos y fundando municipalidades, templos que eran pregoneros en las nuevas tierras del triunfo de la Cruz sobre la media luna; municipalidades herederas de aquellas celebérrimas Comunidades de Castilla que hablaban de libertad cuando las demás naciones dormían aún en sus ideales [9] cunas, mecidas por el férreo brazo del feudalismo. Tales ideas aventadas en países nuevos, debían por lógica natural, prosperar, y prosperaron; la semilla caída en tierra virgen debía fructificar, y fructificó. El grito de independencia que brotó de los labios de los Cabildantes americanos, es la más palmaria prueba de que estas nacionalidades hijas son de aquel pueblo indómito y altanero que sabía obtener fueros de sus despóticos reyes y crear autoridades tan simpáticas como el Justicia de Aragón; hijas de aquel solar que si vio morir en hora aciaga a Padilla y a Maldonado, supo levantarse como un solo hombre cuando el Corso, aun no ahíto de engullir naciones, quiso atarla a su carro triunfal.
Comprensible es, y por lo tanto disculpable, que aquí en América, durante el fragor de los combates, más que del corazón, de los labios brotaran frases contra los representantes del poder real; como más comprensible es aún que calmado el ardor de la contienda, y olvidado ya el centellear de aceros y el estampido de arcabuces, el afecto fuese tomando de nuevo en los pechos americanos el lugar que ocupar debía, afecto que traía aparejados admiración y gratitud. Y así cuando los saludables vientos americanos fueron barriendo de la caldeada atmósfera recelos y prevenciones, nació espontánea, sin protocolares formas, y sin almidonados [10] pactos diplomáticos la confederación afectiva, que debían primar, como han primado al fin, los sentimientos sobre las ideas. El poeta se ha adelantado siempre al pensador; el lirismo, por lo que tiene de seductor, arraiga fácilmente en el alma de los pueblos.
El vate, pues, el literato, el artista, gentes que nada saben de intereses materiales, vuelven los ojos hacia aquella España, museo y archivo de imponderables grandezas: se entusiasma ante aquellos capitanes que a estas playas llegaron cantando estrofas de nuestro sin par Romancero; admiran a aquellos cogullados de macerada faz, que traían en sus manos, pálidas como blancas azucenas, el corazón llameante de amor por los salvajes habitantes de las tierras vírgenes; y en su admiración y entusiasmo, orgullosos se sienten de descender de quienes supieron obscurecer las más fantásticas leyendas, ya con los mandobles de sus bien templados aceros, ya con la abnegación y el sacrificio de los ministros del altar que sabían morir con la sonrisa en los labios en las selváticas tierras americanas, como con la sonrisa en el rostro morían en el circo romano los primeros mártires del Cristianismo.
Tal admiración, entusiasmo tan férvido puesto de relieve ha sido por los mismos historiadores americanos. «Los conquistadores –dice [11] el caraqueño Michelena, en su obraViajes científicos– pasados los primeros días del combate, llamaron a los indígenas a la vida social, los instruyeron en las artes de primera necesidad, y más tarde en las ciencias y bellas letras. La religión fue uno de sus primeros cuidados si no el primero; y últimamente como una prueba de su afecto, contrajeron alianzas con las cuales mezclando su sangre a las de los pueblos conquistados, se identificaron con ellos formando una sola y misma familia, y atravesaron muchos siglos en perpetua unión: mas si después el estado avanzado de la sociedad americana hizo que se hiciesen independientes de sus padres, llenaron en este acto el destino de los hombres y de las naciones; pero en cambio de la extinción del poder sobre ellos, les han asegurado un amor sin término de tiempo y sin límites en su afecto.»
Sí, el escritor venezolano tuvo razón, tanto que aun durante los días en que en América se batallaba por la libertad, no se habían olvidado los lazos afectivos que la unían con la madre patria, probándolo los mensajes de amor y los ofrecimientos de apoyo que estos países hicieran a la nación descubridora cuando las tropas napoleónicas conmovieron a España con el sonar de sus pisadas o el altanero piafar de sus corceles de guerra. Y es que a despecho de [12] extranjeras injerencias, de egoístas cálculos forasteros, de mal disimuladas envidias, de deseadas apropiaciones, perseguidas con frío pensar, la sangre americana, española al fin, hervía al mismo fuego que la peninsular; y si ansiaba libertad no era, como no ha sido nunca, para maldecir a quien le diera vida, sino por creer que el reloj del tiempo estaba dando las campanadas anunciadoras de su emancipación.
¿Cómo se llamaban en la Argentina, aquellos defensores de la unión afectiva de España con estas repúblicas motejados, por espíritus mezquinos, de soñadores, de idealistas? Se llamaban Tomás Guido, Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Andrés Lamas, Ángel Justiniano Carranza, Enrique Peña, Lucio Vicente López y varios más, entre los que descollaba el poeta genuino representante del pensar argentino, aquel vate con melenas de león y alma de niño, Guido y Spano, quien dijo entre otras cosas muy bellas y bien trovadas en 1892:
Iberia expía, abriéndose las venas
su heroicidad terrible; queda exangüe,
y ya no embraza el diamantino escudo
ni el cetro de oro al universo impone.
Empero, del pasado entre las nieblas
la verdad resplandece. Si sus armas
por adalides épicos regidas,
la América lidiando sojuzgaron,
diéronla, en cambio, cuanto darla pudo:
su fe, su lengua, su valor, su genio. [13]


Galopaban que no corrían los últimos años del pasado siglo, y a mi vez decía, con mejor deseo que inspiración, al son de una lira, si poco vibrante, aun moza, pues era en 1891, aludiendo a esa seductora corriente de ideas afectivas:
¡Qué importan las conmociones
de discordias ya olvidadas,
si a pasiones falseadas
vencieron tiernas pasiones!
En los nobles corazones
caber no puede el rencor,
y al extinguirse el rumor
de mil combates sangrientos,
se alzaron dulces acentos
con dulces cantos de amor.

De entonces mi patria tierra,
con amoroso embeleso,
le manda a América un beso
en cada pliego que cierra;
beso que al llegar destierra
toda sombra y toda duda,
y cada bajel añuda
tan dulces y fuertes lazos,
que van y vienen abrazos
por la superficie muda.


¡Benditos sean los verdaderos videntes que con tesón digno de lauros comenzaron a predicar la confraternidad hispanoamericana! Heraldos fueron de la noble causa, anticipados voceros de la nueva era que a todos hoy nos regocija. Son, vistos a la distancia, y valga la [14] comparación, zapadores ideales que con su prédica ardorosa fueron abriendo el camino sobre el cual debía apisonarse la ancha carretera que uniría el materno solar con las ya roturadas tierras de las hijas; y por esta anchurosa senda comenzaron a circular afectos y ternezas, protestas de amor y chasquidos de besos, preparando con plausible perseverancia el anhelado momento, el de hoy, en el que a la seductora corriente sentimental, risueña como primaveral mañana, agregar podemos otra corriente de sazonados frutos, la de los intereses materiales que ha de ser si el deseo no engaña, provechosa a la madre y a las hijas, ya que las exigencias de lo material, suavizadas han de verse siempre por familiares complacencias.
En este solemne aniversario del descubrimiento de América, en esta fiesta de la gran familia hispanoamericana, la justicia pide que se entone un himno de amor a la nación descubridora y otro himno de amor y de esperanza a las jóvenes naciones americanas de habla hispánica, himnos ambos que me parece escuchar dominando el murmullo de los vientos y el estruendo de las olas. Me reconcentro en este día en mí mismo, paro el oído, y aquietando latidos del corazón, se me antoja que España entera, de pie, en la gaditana costa, les dice a sus hijas:
«¡Salve, pueblos de mí nacidos y a mis [15] pechos criados! ¡Salve, naciones que habláis mi idioma y que de mí heredasteis las virtudes que  otrora me dieran dominio no igualado por ningún otro pueblo de la tierra! ¡Salve, países por mí descubiertos y fertilizados con sangre de capitanes y corazones de misioneros! Os contemplo felices en vuestros hogares, en los que hallaron cómodo albergue la libertad y el progreso. Mi corazón materno se siente orgulloso por haberos dado vida y satisfecho al saberos felices. Quiera el Dios de Recaredo y de Pelayo que nunca una nube de dolor empañe vuestra ventura, y que logre veros pronto, muy pronto confederadas todas para que la fiesta de la una, fiesta sea de la otra. Mas si lo que el Cielo no permita, momentánea ofuscación le perturbara a alguna el sentido, acordaos de que soy vuestra madre, de que a todas os quiero por igual, y que he de poner especial empeño en que reine entre todas la más fraternal harmonía. ¡Le es tan dulce al corazón de la madre contemplar que sus hijos se estiman y se abrazan! Yo os bendigo, hijas mías. Honrando mi memoria, os honraréis a vosotras mismas.»
Acallada la voz de la madre, me parece ver que la Argentina, como hermana mayor, se llega también a la atlántica costa, y con vibrante voz, ungida por la emoción le contesta:
«¡Salve, madre España, patria de héroes y [16] de mártires! Yo te saludo, de pie y destocada en señal de respetuoso cariño, y, al través de la distancia, te digo, que cada día nos sentimos más orgullosas de descender de tu noble estirpe. De ti lo hemos aprendido todo: a orar cuando el pesar nos atribula, y a cantar cuando la alegría nos señorea, oraciones y cantares que de nuestros labios salen en el mismo romance con que dramatizaron los Lope y novelaron los Cervantes; por ti sabemos que, por cima de pasiones viles, está la nobleza y la hidalguía, ya que "obrar bien es lo que importa", y que la libertad es el don más preciado del hombre; gracias a ti no ignoramos que son las leyes sabias y prudentes los sillares sobre que se asientan los pueblos que aspiran a ser grandes; y, finalmente, de tus labios oímos, y con el ejemplo diste eficacia a la enseñanza, que sin desdeñar los bienes materiales debemos impulsar los grandes ideales estéticos. De Cartago nos acordamos para compadecerla; de Grecia para admirarla. ¡Salve, madre querida! A mi vez te digo en nombre  de todas tus hijas: si alguna vez, lo que el Cielo no quiera, alguien hollara tu solar, nuestro hogar antiguo, en son de conquista, no olvides que todos volaríamos a tu lado ansiosas de probarte que la gratitud arraigó hondamente en los corazones americanos. En este [17] grandioso día, del mar Caribe al magallánico estrecho, de las opulentas tierras mejicanas a las frías soledades patagónicas, sólo oirás un grito, el que como saludo final pronuncio: el de ¡Viva España!»
Y ahora, señoras y señores, permitidme que yo, nacido en la península española, con treinta años de vida argentina, vida intensa, cariñosa, afectiva, termine esta galopada oración con dos vivas que salen del fondo de mi alma: ¡Viva España! ¡Viva la República Argentina!
He terminado.
Buenos Aires a 11 de octubre de 1918.

———
{1} La Srta. Rosario Vera Peñaloza.
{2} El Dr. D. Carlos M. Biedma.
{3} Raza (en fr. race; en port. raça) f. Casta o calidad del origen o linaje. Hablando de los hombres, se suele tomar en mala parte. Dic. de la R. A. Española. Edición en curso.
En el mismo Dic, en el adj. Humano, na, se habla de letras humanas, linaje humano, naturaleza humana, y respetos humanos, pero no de raza, como subdivisión de los descendientes de Adán. Raza, pues, equivale a linaje humano.
{4} «...no de otra manera que los sembrados y animales, la raza de los hombres y casta, con la propiedad del Cielo y de la tierra, sobre todo, con el tiempo se muda y embastarda.» P. Juan de Mariana, Historia de España.

Transcripción del opúsculo de 17 páginas publicado en Buenos Aires en 1918 (se han renumerado al final las notas que figuraban a pie de página, faltando las Nº 5 a 17) 

Ricardo Monner Sans había nacido en Barcelona en 1853; fue cónsul de España en Hawai desde 1882 antes de radicarse en la Argentina en 1889 y, ya en 1892, había organizado el primer Homenaje a Cristóbal Colón en Buenos Aires; siempre atento al cuidado y la pureza de la lengua española, introdujo, en este discurso conmemorativo el concepto de Fiesta hispanoamericana, pues le repugnaba el de Fiesta de la raza. En 1902 regresó como profesor al Colegio Lacordaire de Buenos Aires, y al año siguiente se incorporó al Colegio Nacional de Buenos Aires para desempeñarse  como  profesor  de  lengua  y  literatura  castellana,  con  apoyo  del  rosarino Estanislao Severo Zeballos. Años después asumió como docente en las Escuelas Normales de Maestras Nº 6, entre los años 1911 y 1923, y la Nº 10, entre 1916 y 1923. Decía don Ricardo en "Apuntes e ideas sobre Educación" de 1.896: ..."La educación debe propender al desarrollo de la facultades morales, físicas e intelectuales del hombre, con lo cual damos a entender ciertamente, que anteponemos la formación del carácter y del desarrollo físico, a la simple adquisición de conocimientos. ¡Formar el carácter! ¡Desarrollar y fortalecer la voluntad! He ahí el principal objetivo de la educación, y al repasar los planes actuales de enseñanza, al ver como en ellos se amontonan asignaturas científicas y literarias, sin que haya tiempo para detenerse en lo importante, ni vínculo entre el profesor y el alumno, al notar cuan flojos están los lazos en el hogar, y cómo se descuida la educación moral, nos explicamos el por qué todos, consciente o inconscientemente, estemos formando maniquíes, no hombres..." Murió el 23 de abril de 1.927, precisamente el Día del Idioma.

Fuente principal: http://www.filosofia.org/
http://escuela13de10.blogspot.com.ar/2009/10/nuestra-escuela-y-su-patrono_11.html
http://www.boneslletres.cat/publicacions/Altres_publicacions/La-Cronica-Argentina-de-Ricardo-Monner-Sans.pdf

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