19/8/11


PENSAR EN LA MEMORIA DE LA EDUCACIÓN

Carlos Lomas (coord.). Lecciones contra el olvido. Memoria de la educación y educación de la memoria. (Fragmento del capítulo “Tiempo de olvidos, tiempo de memoria”, de Carlos Lomas) 

[…] una ética implicada en la construcción de formas de vida y de sociedades equitativas y democráticas exige aceptar que el convulso presente en que vivimos y ese futuro al que algunos apelan para justificar el olvido de la barbarie humana están construidos sobre las víctimas, sobre los sin nombre, sobre quienes aún son invisibles. De ahí la importancia que tiene en cualquier afán emancipatorio (y la educación democrática debiera contribuir a la emancipación de las personas) imaginar al otro (y a la otra), ponerse en la piel de otros seres humanos, emocionarse e indignarse ante el desamparo y el dolor ajenos, asomarse al espanto de las injusticias humanas y a las tragedias de tantas vidas sometidas a la pobreza, al analfabetismo, a la diáspora, a la violencia y a la injusticia. Sólo así es posible el diálogo y el entendimiento entre las personas y entre las culturas porque «la memoria colectiva produce reconciliación cuando es memoria del sufrimiento del otro» (Mate, 2008: 175) 

[…] frente a las tendencias aún dominantes tanto en la investigación histórica como en la enseñanza escolar de la historia (tan influidas una y otra por la racionalidad ilustrada, por la tradición positivista y por la emotividad identitaria del romanticismo), y frente al énfasis en los efectos cognitivos del aprendizaje científico de los hechos del pasado y en los objetivos identitarios del estudio de los mitos y de los relatos que favorecen la adhesión emotiva a una comunidad y a una patria (a un «nosotros» que se opone a «los otros»), otras formas de entender el aprendizaje de la historia se abren paso en los últimos años y ponen el acento en la transmisión escolar y social de una memoria (la memoria de las víctimas) socialmente útil en la medida en que nos ayuda a «disipar las ilusiones y a remediar los olvidos que fomentan los usos que de la historia hacen en cada momento el poder o las clases socialmente hegemónicas» (Carreras y Forcadell Álvarez, 2003: 42) . En otras palabras, a «recuperar el pasado de los vencidos que los vencedores se aprestan a sepultar» (Benjamín, 1996). Como analiza con detenimiento Raimundo Cuesta (1) en estas mismas páginas, casi nadie sostiene ya con argumentos incontestables la idea de que la historia es una ciencia objetiva y fiable que se sitúa en el lado opuesto del saber subjetivo, efímero e incierto de la memoria humana. Entre otras razones, porque «la memoria ve algo que escapa a la historia o a la ciencia. Y lo que la memoria ha descubierto en los últimos años es que las víctimas del colonialismo, de la esclavitud, de la conquista o de la guerra civil son significativas, tienen significación» (mate, 2010). Los recuerdos y los relatos de la memoria de las víctimas iluminan los nada inocentes olvidos y silencios de las formas de historia elaboradas por los vencedores y contribuyen a la creación de otras formas de entender el pasado (y el presente) en un momento en el que «no parece que haya un gran interés en dar herramientas para la comprensión racional de la experiencia humana» (Rosa, 2006: 51)

(1)   Cap. “Memoria, historia y educación: genealogía  de una singular alianza”, en pág.163.


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