27/4/08

Marco teórico

Estado del depósito al inicio del proyecto

Los archivos escolares constituyen acervos que contienen diversas especies documentales utilizables como fuentes primarias –indispensables e insoslayables- para la investigación histórica. Sus registros forman parte de una memoria “perdida”, olvidada, pero que representan un pasado en tanto materialización de las acciones de las instituciones escolares de otra época. Sin embargo, son poco o apenas conocidos. La falta de divulgación de esas fuentes y, en consecuencia, de su aprovechamiento para la investigación histórica, son un dato de la realidad.
Su importancia ya es reconocida desde hace tiempo en muchos países, que han podido iniciar el camino de la adecuada preservación, conservación y recuperación; de la organización y almacenamiento apropiados; del acceso a la información que ellos ocultan silenciosa y modestamente en sus repositorios descuidados y polvorientos. Indagar en sus tesoros permitiría descubrir el funcionamiento no sólo de las escuelas de otros tiempos, sino de la sociedad toda, abriendo nuevos caminos a la investigación del pasado y a la comprensión del presente. Permitiría también desarrollar nuevas líneas de análisis de las condiciones materiales y simbólicas de la evolución educativa local y nacional, revelando las luces y sombras de estructuras organizativas complejas como son las escuelas, microcosmos con formas específicas de funcionamiento, con identidad propia, cargadas de historicidad. Harían posible la reconstrucción del itinerario de vida institucional y de las personas con ellas vinculadas, en su multidimensionalidad, asumiendo el archivo un papel fundamental en la reconstrucción de la memoria escolar y de la identidad histórica de cada escuela.
En un contexto de diversidad de fuentes de información, los archivos escolares corporizan la referencia fundamental porque sus documentos constituyen, por su propia naturaleza, el núcleo duro del proceso de investigación que garantiza la solidez del proceso de indagación y puede así validar las conclusiones a que se arribe. En una dimensión más amplia, el entrecruzamiento de datos con los emanados de otras fuentes locales (archivos municipales, parroquiales, periodísticos, particulares, etc.) y con las tradicionalmente utilizadas por los historiadores -de orden provincial y nacional- enriquecerá indudablemente la interpretación teórica que pueda dárseles.
Los documentos de archivo son los que usualmente han empleado los historiadores para elaborar la narrativa histórica, sin embargo los nuevos enfoques historiográficos otorgan ahora una centralidad particular a los archivos institucionales (ya sean estos públicos o privados) por la consistencia de sus informaciones y por las certezas que transmiten a los investigadores. Las nuevas fuentes de información expresan la preocupación por las voces de los actores sociales, privilegiando testimonios orales y lógicas narrativas de naturaleza personal, o con una materialidad asociada a las prácticas (como los objetos que constituyen el patrimonio museístico), pero la configuración de la identidad histórica, al decir de Maria João Mogarro[1], pasa necesariamente por el archivo, en tanto repositorio del proceso de “escrituración” de la historia escolar. El archivo garantiza, en cada institución, la unidad, la coherencia y la consistencia, que las memorias individuales sobre la escuela, o los objetos aislados por ella producidos y utilizados, no pueden conferir por sí mismos, la memoria e identidad que hoy se ha visto como fundamental a ser reconstruida.
La falta de interés por la preservación de los acervos escolares y la comprensión de su uso como fuente para la investigación es una preocupación para muchos educadores. Para Lüdke y André generalmente las escuelas no se preocupan por salvaguardar sus registros documentales, siendo ese un dato del contexto escolar que debe ser considerado y analizado por los investigadores del área de historia de la educación.
En general las escuelas no mantienen registro de sus actividades, de las experiencias hechas y de los resultados obtenidos. Cuando existe algún material escrito, es aislado y por lo tanto poco representativo de lo que pasa en el cotidiano escolar. Es evidente que este hecho también es un dato del contexto escolar y debe ser tomado en cuenta cuando se procura estudiarlo. (Ludke e André, 1986, p.40).

Si, por un lado, la forma de preservación y las condiciones de acceso a las fuentes, cuando están disponibles, a veces se constituyen en una barrera para la investigación en historia de la educación [esta concepción puede verificarse en Lüdke e André (1986), Lopes (1992)], por otro, los archivos escolares son depositarios de un patrimonio poco o casi nada conocido y, por eso, tal vez, su potencial ha sido relegado por parte de los investigadores en historia de la educación. La falta de divulgación de esas fuentes y, por consecuencia, del conocimiento de su existencia es un hecho.
Clarice Nunes (1992), teniendo como base las posibilidades abiertas –según ella- por la nueva historia, aunque no se refiere específicamente a los archivos escolares, afirma que para estudiar las prácticas escolares desarrolladas en Río de Janeiro en las décadas del veinte y del treinta, el problema está justamente en la abundancia de material inédito. Muchos documentos están confinados en archivos oficiales y escolares, a la espera de ser encontrados y explorados. [2]
La falta de recursos humanos y financieros es un dato que no puede ser desdeñado por las escuelas para el tratamiento de la documentación. Como consecuencia, tenemos no sólo una manipulación inadecuada sino que otros factores extrínsecos, como agentes físicos y biológicos, tales como la temperatura y humedad, agentes polucionantes de la atmósfera, presencia de insectos, hongos u otras plagas del papel, hacen que también sea difícil su conservación, lo que contribuye a una inexorable destrucción.
Algunos documentos devienen en un estado tan crítico que se hacen irrecuperables hasta para un proceso de restauración, que recupera el soporte material pero no la información.
En ocasiones, las escuelas identifican el espacio destinado a la documentación acumulada como un archivo “muerto”. Hoy sabemos que ésa es una antigua e incorrecta denominación para la documentación de carácter permanente, connotando la existencia de documentación sin ninguna utilidad. (Solis, 1992). Esta interpretación errónea es perjudicial para la preservación del acervo, pues lo “muerto” no sirve más, es apenas una masa de papel viejo ocupando espacio, que puede ser descartada. Así se perdieron, por ejemplo en nuestro país, las cédulas censales de 1914 y sólo disponemos hoy en día de los resúmenes del Censo Nacional de Población de dicho año.
Ligada a la cuestión de la preservación está la cuestión de la expurgación documental. D. G. Vidal[3] entiende que, dentro de la tradición archivística -en lo que se refiere a los archivos escolares- en el proceso de descarte los primeros documentos a ser eliminados del archivo pensado como “muerto” son los cuadernos de los alumnos, los planes de clase, los leccionarios. No así las publicaciones oficiales, producidas por el Poder, que nunca son descartadas. (Vidal, 2000, 38). Para Vidal, al dejarse fuera la documentación producida por profesores y alumnos, personajes que encarnan una nueva historia cuyo testimonio es valioso desde la óptica de los actuales paradigmas de investigación, esta última se ve perjudicada al quedar excluida la posibilidad de estudiar lo cotidiano en las escuelas.
Preservar significa conservar preventivamente lo que fue valorado como permanente, independientemente del soporte de la información. En su definición, preservar:
No significa guardar todo, sino “valorar” la documentación, descartando lo innecesario o creando condiciones mínimas de supervivencia del soporte físico (materialidad de la información y del documento).[4]

Guardar -en la perspectiva de la documentación entendida como permanente- significa proporcionar condiciones adecuadas para esa guarda, por eso trabajamos con la óptica de la conservación preventiva que es vista como más económica, dotando de longevidad al documento y evitando intervenciones más radicales de restauración.
En la moderna archivística, el trabajo de valoración documental, que siempre es una cuestión discutida dentro del área, debe ser realizado por una comisión de Valoración de Documentos de carácter interdisciplinario, compuesta por todos los profesionales involucrados con la documentación que se pretende valorar, desde su proceso de elaboración, pasando por su tramitación, hasta su destino final, pudiendo ser entonces reproducida en un nuevo soporte y después eliminada o guardada definitivamente.

Notas:

[1] Mogarro, Maria João. “Arquivo e Educação. A construção da memória educativa”. Sísifo Revista de Ciências da Educação Unidade de I&D de Ciências da Educação da Universidade de Lisboa. Direcção de Rui Canário e Jorge Ramos do Ó. História da Educação e Educação Comparada: novos territórios e algumas revisitações a dois domínios disciplinares contíguos.

[2] Citada por: da Costa Bonato, Nailda Marinho (UNIRIO). “Arquivos escolares. Limites e posibilidades para a pesquisa”.( Traducción propia).

[3] VIDAL, Diana Gonçalves. Fim do mundo do fim: avaliação, preservação e descarte documental. In. FARIA FILHO, Luciano Mendes de (Org.). Arquivos, fontes e novas tecnologias: questões para a história da educação. Campinas, SP; Autores Associados; Bragança Paulista, SP: Universidade São Francisco, 2000. p.31-43. (Coleção memória da educação). (Traducción propia) Diana Gonçalves Vidal es Profesora de Historia de la Educación de la Facultad de Educación de la USP y coordinadora del Núcleo Interdisciplinar de Estudios e Investigaciones en Historia de la Educación (NIEPHE), en la misma facultad.

[4] VIDAL, Diana Gonçalves. Idem.

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